Caracas FC es, hoy día, el paradigma institucional de un equipo de fútbol en el país. Sin ser un club, su gestión administrativa centrada en un proyecto claro ha rendido frutos, después de mucho tiempo. En la Cota 905 cosechan una siembra que costó, entre otras cosas, el sacrificio de un cuadro que generó un poder de convocatoria similar al que presume el “rojo de la capital”.
Era un verdadero club, porque sus socios aportaban para el sostenimiento del equipo. Poseía una sede social en Los Chorros y cada domingo atraía más y más gente al estadio. El equipo llegaba en su propio transporte, un microbús Condor último modelo. Importantes empresas del país veían en esa organización un atractivo para exhibir su marca, lo que generaba que el terreno del estadio Olímpico estuviera bordeado por dos hileras de vallas publicitarias. Era el Club Sport Marítimo, el último equipo de “colonias” que marcó un hito en nuestro fútbol.
No solo la familia portuguesa que era socia del club acudía religiosamente al estadio los domingos de tarde para ver a su idolatrado “rojiverde”. Iban los vecinos de Héctor Rivas, los que habitaban con él en la populosa barriada del 23 de enero. Iban los familiares de los chipilines de la escuelita del Marítimo, todos de las más humildes barriadas de Caracas. El poderoso dueño de una cadena de supermercados no le importaba darse un abrazo con el más humilde de sus empleados cuando Hebert Márquez se elevaba entre los zagueros y clavaba un certero cabezazo en el arco rival. Era alegría. Era pasión. Era crecimiento.
¿Cómo no enamorarse de ese proyecto? Fichaba buenos jugadores, traía notables extranjeros (el último, un tal Josemir Lujambio, internacional con Uruguay y goleador notable de Banfield) y le daba tiempo a los técnicos para expandir su proyecto. Marítimo caminaba por el país con elegancia. Era respetado doquiera que fuera. Su enconado rival era Táchira (cada duelo aseguraba un llenazo). Incluso hoy día, no es extraño oír de un aficionado tachirense que a Marítimo no se le odiaba, se le respetaba.
Hasta que el enemigo del fútbol de colonias se empeñó en hacer desaparecer al último bastión europeo en el fútbol profesional. No vale la pena recordar cómo lo hizo. Lo cierto es que de ahí en adelante ha sido un calvario eterno para Galicia, Deportivo Italia y el propio Real Esppor. Hasta un intento de reflotar al Marítimo fracasó.
Y es que hay un aspecto que creo no han asimilado los que tienen la plata y la idea de formar un club de fútbol: el aliento no se compra. Si tan difícil ha sido que buena parte de los 7 millones de habitantes que tiene la capital sepan por lo menos que existe un cuadro de fútbol como Caracas FC, hay que imaginarse el trabajo que debe costar llevar adelante un proyecto con el que la gente no se identifica. Al portugués de la panadería, al italiano de la cauchera y al español del restaurant ya no le interesa nuestro fútbol. Así, sencillo.
Hoy en día el Deportivo Italia mutó a Petare y nada ha cambiado: un estadio vacío, por más que el proyecto de base sea el mejor. Real Esppor hace malabares para sobrevivir mientras desde arriba lo golpean cada vez más fuerte para que no pueda instalarse entre Táchira y Caracas. Es la realidad del fútbol en la “sultana del Ávila”.
Carlos Domingues
Extraído de :http://futbolestodo.com/
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